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De Cronenberg hasta Kubrick: La locura detrás de ‘La sustancia’

La historia del body horror (o terror corporal) en el cine data de muchos años atrás, oficialmente comenzando en la década de los 50 gracias a cintas de ciencia ficción y terror como La mancha voraz (1958) y La mosca (1958), que planteaban la génesis de los efectos prácticos para este tipo de relatos en los que los horrores detrás de los cuerpos mutilados por diversas razones marcarían un hito que continuaría por décadas.

Pasando por proyectos en donde el cuerpo humano sufre deformaciones como Cabeza de borrador (1977) de David Lynch, o el remake de Invasion of the body snatchers (1978) de Phillip Kaufman, ese fue el momento en que un director canadiense destacó por hacer de nuestra forma un caldillo para los peores horrores y pecados que la carne debía pagar.

David Cronenberg, oriundo de Toronto, llevaría al terror corporal a un nuevo extremo gracias a obras de bajo presupuesto como Rabia (1977), donde una cirugía experimental provocaría que una mujer se convierta en portadora de un virus fatal transmitido normalmente por la sangre y el contacto sexual.

Asimismo, estaba Shivers (1975), donde la gente de un departamento sufre el ataque de unos parásitos que, poco a poco, transforman (en todo sentido) a sus víctimas en demonios incontrolables.

Considerado como el maestro de este subgénero, Cronenberg desafió varias veces los límites de la carne para hablar de duros problemas y cuestiones sociales, creando incluso memorables momentos en el remake de La mosca (1986) o Videodrome (1983), donde la transformación iba más allá del miedo.

La escuela dejada por Cronenberg resonó durante toda la década de los 80, dando la pauta a realizadores con un imaginario demencial como Stuart Gordon (Re-AnimatorFrom Beyond), el amor por el sufrimiento de Clive Barker (Hellraiser), brincando la barrera hasta el mundo del anime con Akira (1988) y la cultura japonesa en forma de Tetsuo: The Iron Man (1989) de Shinya Tsukamoto

…cayendo en un letargo que despertó hasta el nuevo milenio con la asquerosa Criaturas rastreras (2006) de James Gunn y la ciencia ficción de bajo presupuesto en The Void (2017) hasta que el nuevo extremismo francés la revive con dos directoras: Julia Ducournau (Titane) y su colega, Coralie Fargeat, que con La sustancia (2024) ahonda en las profundas pesadillas psicológicas y sociales del más puro horror corporal.

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